24.2.07

El fantasma de la violación colectiva como reclamo publicitario

 
Una imagen publicitaria que sugiere una violación colectiva ha generado en este mes una gran polémica. La violación colectiva ha sido, desde tiempos remotos, una forma de castigo para mujeres que se separaban de las estrictas normas de conducta establecidas para el “segundo sexo”. Expresaba, también, el poder de las fratrías o pandillas masculinas. Así lo muestran numerosos estudios históricos y antropológicos. Lamentablemente, no es sólo cosa del pasado. Las noticias que nos llegan de los suburbios de las grandes ciudades francesas, sin ir más lejos, prueban que está teniendo lugar con esas mismas características.
No olvidemos que, como señaló con gran acierto Susan Brownmiller en Against our Will, la violación funciona como una forma de control social, ya que el miedo, desde pequeñas, nos enseña que nuestro desplazamiento por el espacio público tiene restricciones: hay lugares que a ciertas horas es necesario evitar si no queremos tener disgustos. Por su parte, en sus análisis de los distintos tipos de opresión, Iris M. Young, advierte que la violencia, como una de las caras de la opresión, no sólo está presente como agresión física directa, sino que los miembros del grupo oprimido la experimentan en el temor incrustado en sus cuerpos. Saben que están en el punto de mira de esa violencia que puede desatarse en el momento más inesperado porque está latente.
Frente a adjetivos tales como “agrupación de Marujas Histéricas” y “país ñoño” en referencia a las protestas del Instituto de la Mujer y de los Verdes, que han pedido la retirada de un anuncio, propongo un pequeño test: ver la imagen e imaginar qué dirían estos individuos si en vez de una mujer hubiera un varón negro. Todo el mundo estaría de acuerdo (y yo también) en que se trataría de una publicidad racista. ¿Por qué cuesta tanto, en cambio, ver el sexismo?