17.7.12

Cuando "el lector" se transforma en lectora
















Verano, vacaciones en el hemisferio norte. En un momento u otro queremos “desconectar” y “cargar las pilas”, lo cual incluye para mucha gente dedicar más tiempo a la ficción literaria. De ahí que proliferen los artículos sobre lectura y “lector” en periódicos y revistas culturales. La sufrida lectora ha de conformarse con el sustantivo masculino que _ dicen_ representa a todo el mundo. Sin embargo, cabe la duda, sobre todo cuando en uno de esos artículos, de dos páginas completas de periódico, y dirigido a “Usted”, “el lector” o “escritor”, sólo aparece la lectora en una frase cuyo tono suena despectivo. Refiriéndose a los cambios históricos en la manera de leer, el articulista afirma: “Las cosas cambiaron: los soportes para la escritura (arcilla, huesos, papiro, pergamino...); el tipo de lector (desde los sumos sacerdotes a esa señora del metro) y también los escritores... El cambio llevó siglos, pero ahora, en el breve espacio de una vida humana, la de usted, todo vuelve a cambiar.” (*) A partir de ahí, el artículo se dedica a exponer la transformación de los hábitos de lectura inducidos por la revolución digital y sus consecuencias inexorables en la creación literaria: predominio de novelas de consumo que cuentan historias sin calidad literaria, pérdida de autoridad de críticos literarios y editores, importancia del boca a boca virtual en las redes sociales... La conclusión es abierta y deja al “lector” la posibilidad de decidir entre “inquietarse” por este cambio civilizatorio o adoptar el “pragmatismo” y restar importancia a la cuestión.

Pero volvamos al ejemplo de la lectora. No pude evitar, al leerlo, recordar la célebre anécdota que cuenta Platón en el Teeteto sobre Tales de Mileto: una esclava tracia había reído al ver cómo el sabio Tales, ensimismado en sus reflexiones sobre el cosmos, caía en un pozo. Generaciones y generaciones de estudiantes de Filosofía estudiamos esa anécdota como el paradigma de la contraposición entre el pensamiento vulgar y el pensamiento filosófico, entre la vulgar y necia doxa y la sublime episteme. Que esta oposición fuera representada por una figura femenina y otra masculina nos parecía totalmente irrelevante. Ahora, muchas (y algunos) nos hemos vuelto muy suspicaces y nos preguntamos por el subtexto de género de anécdotas y ejemplos que son, aparentemente, fruto del simple azar. Parece que la tecnología cambia pero los viejos estereotipos sexistas gozan de buena salud. Detractores y partidarios de la revolución digital cuestionan todos los rangos pero generalmente no son conscientes de los patriarcales. La próxima vez que lea en el metro sospecharé que el viajero de al lado, aparentemente enfrascado en su periódico deportivo, como suele ser habitual en el señor que lee en el metro, en realidad está reflexionando sobre el mundo, la cultura y sus dramáticas transformaciones actuales.

(*) Antonio Fraguas, “Usted ya no lee ni escribe como antes”, El País, martes 17 de julio de 2012