12.5.17

Colette Guillaumin, socióloga feminista. In memoriam








Colette Guillaumin, socióloga perteneciente a la corriente del feminismo radical materialista francés, ha fallecido esta semana pero no nos ha abandonado. La escuché por primera vez en una conferencia en la Universidad de Montreal, allá por los ochenta. Descubrí una mente brillante. Después tuvimos ocasión de  seguir charlando un par de veces en París, en un café del Quartier Latin, su barrio. Descubrí a una persona amable y cálida. Más tarde la invité a un curso que yo coordinaba en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid. Madrid la fascinó.
Se ha ido pero nos queda su obra. En un artículo de 1981, recogido después en su libro Sexe, Race et Pratique du Pouvoir, Colette Guillaumin constataba que las teorías de las ciencias sociales, definidas como la faz mental de las relaciones concretas, habían sufrido una verdadera revolución que ponía en tela de juicio sus principios. Recordaba el carácter único de los textos políticos generados por el movimiento feminista en los años setenta: expresión directa del grupo oprimido, sin interme­diarios; algunos, obra colectiva como las octavillas redactadas por grupos feministas. Observaba que, por ser escritos provenientes de una minoría (en el sentido sociológico de grupo de menor poder), los textos feministas fueron primeramente devaluados (considerados como panfletos o bromas) o, por el contrario, señalados como una amenaza; pero que, sin embargo, terminaron por generar consecuencias de gran importancia a nivel práctico y teórico.
     Guillaumin distinguía cuatro efectos principales del resurgimiento del feminismo en la segunda mitad del siglo XX: a) la relación entre ambos sexos, considerada hasta ese momento por las ciencias sociales como una relación perteneciente al ámbito de la naturaleza se convierte en una relación social. Se critican ciertos hechos considerados anteriormente como incues­tio­nables (por ejemplo: la división sexual del trabajo y el acceso desigual a los recursos materiales y económicos). Se pasa de una descripción de la relación entre los sexos como armonía preesta­blecida a otra descripción que la caracteriza como un proble­ma; b) Las ciencias sociales alcanzan poco a poco una visión dialéc­tica de los sexos al concebir que ambos grupos (varones y mujeres) no son elementos previos a la relación, sino fruto de la relación. Con el estudio de las relaciones de dominación, se supera el punto de vista del problema de la mujer el cual no era más que una perspectiva patriarcal.  Ya no se habla de la condición de la mujer. Se abandona el estudio centrado exclusi­vamente en las mujeres para ver a éstas en su relación con los hombres y con el sistema social; c) La creación de útiles teóricos que permiten comprender rasgos específicos de la dominación que habían sido estudiados separada­mente. Entre estos últimos, se cuentan la gratuidad del trabajo de las mujeres, la diferencia de salarios entre ambos sexos, el acoso sexual, la presencia potencial constante de la violación como forma de control social que reduce la libertad de desplazamiento de las mujeres, etc.); d) El cuarto legado del feminismo a las ciencias sociales sería un conocimiento concreto y sistemáticamente explicitado de la solidaridad de niveles de la realidad social. Lo concreto y lo ideológico se muestran como dos fases de una misma moneda de manera aún más clara que en los análisis sobre el conflicto de clases o el imperialismo. Las conceptualizaciones y representaciones de los sexos son para esta pensadora materialista la faz simbólica de las relaciones concretas.
¡Gracias, Colette, por el legado feminista que nos has dejado! No lo olvidaremos.




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