En estos días se suceden los artículos y comentarios sobre la probable instalación del scanner corporal en los aeropuertos como método de control. Advierto con gran sorpresa que CASI NADIE parece preocuparse por los efectos de la radiación sobre la salud. Se nos habla de atentado a la dignidad y, aunque pueda ser tenido en cuenta este argumento, no me parece el más relevante en una civilización en que el cuerpo ha dejado de ser tabú. En cambio, me parece por lo menos ASOMBROSO que nadie se pregunte por qué vamos a tener que soportar lo que posiblemente es un atentado a nuestra integridad física. Se dice que los rayos X usados serán débiles y “rebotarán” en la piel. ¿Tenemos la seguridad de que no tendrán ninguna influencia inesperada sobre nuestros ya bastante maltratados cuerpos en la sociedad química?
Los especialistas acaban de aconsejar espaciar más las mamografías debido a sus efectos colaterales cancerígenos y, en cambio, ahora los controles aeroportuarios nos van a aplicar radiación indiscriminadamente. Hay algo muy importante que se llama “principio de precaución” y que está incluido en el Tratado de Mastrich: la carga de la prueba de la inocuidad de un procedimiento o producto nuevos corresponde a quien pretende introducirlos. ¿Cuántas veces se ha reconocido, décadas después de su uso intensivo, que una sustancia (pensemos por ejemplo en el DDT) era extremadamente tóxica y que era necesario prohibirla?
¿No es posible pensar medios que preserven la seguridad de los vuelos sin incrementar los riesgos para nuestra salud? ¿Cómo puede iniciarse semejante “experimento” sobre nuestra salud sin que digamos nada al respecto?¿No es claramente uno de esos casos en que el remedio es peor que la enfermedad?