30.12.21

La anosmia en una novela


 De los cinco sentidos que poseemos (vista, gusto, oído, tacto y olfato), el menos apreciado suele ser el olfato. Mucho se ha especulado sobre el bajo rango otorgado a  esta capacidad. Se ha dicho que es la que más nos recuerda nuestros humildes orígenes filogenéticos. Me pregunto si el orgullo antropocéntrico teme quizás reconocer que  hubo una época en que nuestra especie se dejaba guiar más por la nariz que por imágenes e ideas. Por lo general, un olfato muy aguzado no despierta admiración. Los aromas más exquisitos son el objeto de la perfumería sofisticada pero las esencias obtenidas no logran competir con las obras de arte que se ofrecen a la vista y al oído. En términos kantianos, podríamos decir que pueden alcanzar lo bello pero no lo sublime. Sólo la evocación de la infancia ha conseguido hacer célebre la magdalena de Proust. Hasta el apéndice nasal parece carecer de la dignidad que la representación artística y nuestro imaginario atribuyen a los ojos, las manos o la boca. Por todo ello, lanzarse a escribir una novela sobre una niña que sufre anosmia, es decir, que es incapaz de reconocer los olores y trata de imaginar el mundo de los otros, de los normales, de los olfativos, es todo un reto. La profesora de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Marta Tafalla, ha llevado a buen puerto esta aventura desde su experiencia personal de formar parte del 2 % de la población que sufría ese extraño problema sensorial antes de la epidemia de COVID19. Ahora, ese porcentaje ha de ser seguramente mayor.  

            Nunca sabrás a qué huele Bagdad (Col. Gabriel Ferrater, Servei de Publicacions, Universidad Autónoma de Barcelona, 2010) es una obra original, fresca, cercana y, al mismo tiempo, profunda. Nos lanza reflexiones existenciales que, en boca de una niña, se tornan transparentes, accesibles, sentidas. Ya había observado Jaspers que en la niñez pasamos por un período de sorpresa filosófica ante el mundo, un período reflexivo que, después, la mayor parte de la gente olvida, terminando por aceptar la realidad sin cuestionarla ni explorarla más allá de los tópicos. El libro de Marta Tafalla no está dirigido a un público infantil ni infantilizado. Por el contrario, en el panorama prolífico pero, en el fondo, desértico, de la literatura actual, su novela destaca por ser literatura auténtica, narrativa poética, como se desprende de este fragmento en el que la protagonista explica cómo imagina el mundo que los otros perciben y ella no: “desde aquel invierno de mis once años, siempre me represento los olores de la misma manera. Imagino que las cosas no se acaban en la forma que las define ni en el espacio que ocupan. De todas ellas, ya sean minerales, plantas, animales, personas, objetos, lugares, de todas ellas emergen finas cintas de colores que ondean suavemente en el aire, de millones de tonalidades e intensidades diferentes. Son como adornos navideños, o como guirnaldas en las verbenas, o como los lazos en el cabello de Irene. Se desprenden de todo cuanto existe como humo de colores, cintas que bailotean en el aire. Y transportan las cosas mucho más allá de sí mismas (…) Estos lazos que emanan de todas las cosas para atar a las personas son la raíces invisibles de la vida misma”.

            Con ingenio e  imaginación, la escritora narra un amor de niñez que se abre finalmente al mundo convulso de las lejanas guerras contemporáneas. La magia de la vida cotidiana y de los juegos de infancia se mezcla con el humor y con una reflexión filosófica clara y tonificante sobre nuestras formas de conocer, amar y valorar. Todo ello unido por el hilo argumental que nos lleva a querer saber cuál será el final de la aventura de una niña que, viviendo aún esa peculiar mezcla de sueño y realidad que es la infancia, se adentra en territorios peligrosos para buscar un aroma que le ha sido negado percibir y termina descubriendo… No, no diré lo que descubre porque vale la pena que recorráis el camino de esta novela que nunca os llevará por lugares comunes. Siempre he pensado que la verdadera literatura es aquella que nos permite experimentar el mundo bajo nuevas perspectivas, con cristales refractantes sorprendentes, y que, al mismo tiempo conserva la seducción de la narrativa que nos mantiene en vilo en mundos paralelos. 

 

Nota: Marta Tafalla es autora, entre otros libros, del excelente ensayo Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista.



 

27.12.21

Una lograda comedia satírica


Mientras veía esta recomendable película, me he preguntado: ¿pueden el humor y la sátira despertar más conciencias que las advertencias científicas o la reflexión filosófica? Posiblemente este interrogante ha guiado el comienzo, en 2019, del rodaje de Don't look up (No mires arriba o No miren arriba, según las dos versiones que se han dado del título en castellano). 

La historia es sencilla pero logra su objetivo: convertirse en una transparente metáfora de la inacción suicida frente a la emergencia climática. Dos astrónomos (personajes interpretados por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence) descubren que un cometa va a impactar en la Tierra y devastarla completamente. Quedan seis meses para tratar de evitarlo. Intentarán alertar al establishment político, a los medios de comunicación, a la gente de la calle. La pintura de la sociedad en que vivimos es aguda y provoca en muchos momentos la risa.

 Reír por no llorar, nunca mejor dicho... En ese sentido, tiene un antecedente cinematográfico, la comedia de ciencia ficción Idiocracia (EE.UU, 2006) que con trazos, geniales en ciertos momentos, en otros burdos, presentaba una clara denuncia del rumbo al que predestinaba el éxito de la tele basura: la pérdida total de la inteligencia y la involución de la humanidad en un hilarante futuro distópico. 

Como no puedo ni quiero quitarme las "gafas moradas" cuando veo cine o series, tengo que decir que tanto Idiocracia como Don't look up señalan la sexualización y devaluación que sufren las mujeres en este mundo fake, pero no logran escapar del todo a los estereotipos.  Así, por ejemplo, el final post-créditos de Don't look up me ha dejado la sensación de una tonalidad sexista inconsciente habitual en el género humorístico. Por no hacer spoiler, sólo añadiré que quizás la justicia narrativa tenía que haber caído también en otro culpable.

En todo caso ¡y no es poca cosa! entre risa y risa, Don't look up hace un diagnóstico certero de quién detenta el poder real, de hasta qué punto reinan la corrupción, la mentira, la banalización, el ocultamiento generalizado, la masificación, el control encubierto, la falta de pensamiento crítico y la inmerecida confianza en unas élites tecnocráticas de las grandes corporaciones que ofrecen soluciones dictadas por la codicia sin límites. Como en Un mundo feliz,  la célebre novela de Aldous Huxley, esta película muestra una sociedad donde la propaganda elimina la capacidad de pensar y reaccionar ante la dominación. La orden es no mirar la realidad sino, como en la caverna platónica, mantenerse felices viendo sólo sombras engañosas, proyectadas ahora, en una pantalla. Lógicamente, a pesar del tono propio de la comedia, se trasluce cierta melancolía en las imágenes de la belleza natural y la inocencia condenadas; y en un homenaje a la dignidad de quienes se han esforzado por salvarlas.

En el pasado, los bufones podían eludir la censura, permitirse decir muchas verdades que otros no podían expresar tan francamente. Retomo mi pregunta inicial: ¿será esta película capaz de despertar conciencias dormidas y desactivar el mandato de no mirar hacia arriba?  

 (El tráiler de presentación aquí)