22.12.19

Cumbres por el Clima, ecofeminismo y movilización juvenil



En la COP25. De izquierda a derecha: Bridget Burns (WEDO), Alicia Puleo, Lorena Sánchez Romero (moderadora), Dorah Marena (Women for Climate Justice) y Dina Garzón (coordinadora de la Red Ecofeminista y miembro fundador de la cooperativa Xenergía, Mujeres con Energía).






Madrid ha sido la sede de la COP25 y, paralelamente a ella, se ha desarrollado la Cumbre Social por el Clima. Dos reuniones diferentes sobre una misma cuestión: la emergencia climática y cómo actuar ante ella.
He tenido ocasión de participar en ambas para hablar de ecofeminismo.  En la COP25, en el panel internacional Women Leadership in Climate Action, organizado por la Secretaría de Estado de Igualdad y el Instituto de la Mujer; en la Cumbre Social por el Clima, en  la mesa organizada por la Red Ecofeminista














Mesa de la Cumbre Social, en el salón de Actos de la Universidad Complutense de Madrid
















Muchos fueron los temas tratados en ambas mesas. No me es posible resumirlos en tan poco espacio, pero sobre el ecofeminismo y la movilización juvenil por el clima, os dejo este artículo mío, publicado inicialmente en The Conversation el 28 de noviembre de 2019 y reproducido en Público, Huffington Post y otras numerosas publicaciones periódicas.

 El ecofeminismo es la respuesta


Estamos en un momento decisivo para la humanidad y el resto de la biosfera: nos enfrentamos al reto de corregir el rumbo para evitar un colapso ecológico, social y civilizatorio. Para expresar que la situación es grave, actualmente se la denomina “emergencia climática” o “crisis climática”, en vez de simple “cambio”.
En 2017, más de 15 000 figuras de renombre del mundo de la ciencia, entre ellas varios premios Nobel, firmaron la Segunda Advertencia de los Científicos del Mundo a la Humanidad para que se tomaran medidas efectivas contra el cambio climático.
En 2018, expertos de la ONU presentaron un informe sobre medidas concretas que se tenían que implementar para reducir la subida de las temperaturas y sus temidos efectos. Y, sin embargo, poco se ha hecho.

La movilización juvenil

El ecologismo lleva más de 60 años alertando sobre la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta limitado, denunciando la contaminación de los ecosistemas y señalando que las generaciones futuras se verían muy perjudicadas por el uso irresponsable de los recursos en el presente. Su mensaje ha sido ridiculizado, silenciado e ignorado.
Hoy, los movimientos internacionales de jóvenes por el clima, como Zero Hour o Fridays for Future (Juventud por el Clima, en el ámbito hispanohablante) asumen el mensaje ecologista con la urgencia de quienes ven amenazado su propio porvenir, no sólo ya el de las generaciones siguientes.


“Nuestra casa está en llamas. ¿Crees que nos escuchan? Haremos que nos escuchen (…) esto es sólo el comienzo”, dijo en septiembre de 2019 la joven sueca Greta Thunberg ante miles de jóvenes en Nueva York. Los miembros de estos grupos parecen pocos si los comparamos con una inmensa mayoría que todavía no es consciente de las causas y las consecuencias del aumento de las temperaturas globales, de la sexta extinción de las especies y de la creciente frecuencia de los fenómenos climáticos anormales (sequías, inundaciones, huracanes…) en todo el mundo.
Sin embargo, los miles de jóvenes organizados que convocan manifestaciones multitudinarias y organizan huelgas internacionales por el clima son una nueva realidad que se extiende más allá de las diferencias y las fronteras que los separan.

¿Qué es el ecofeminismo?

En nuestro país, el referente de muchas de las jóvenes que pertenecen a estos movimientos es el ecofeminismo, una corriente feminista que está experimentando, como es lógico, un gran auge.
¿Por qué? He afirmado en Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, que “el ecofeminismo es una nueva visión empática de la Naturaleza y una redefinición del ser humano para avanzar hacia un futuro libre de dominación”.


Manifestación del 8 de marzo de 2019 en Madrid. Sonia Bonet / Shutterstock
Las jóvenes españolas que hoy levantan su voz por el planeta son hijas del feminismo. Ya no se resignan a un papel social subordinado. Denuncian los prejuicios sexistas, participan con entusiasmo en las gigantescas manifestaciones del 8M y quieren ser dueñas de sus propias vidas.
La teoría ecofeminista plantea que existen relaciones profundas entre la histórica subordinación de las mujeres y la dominación de la Naturaleza que nos ha traído hasta esta situación de crisis ecológica. Conecta, así, las reivindicaciones emancipatorias del feminismo con una nueva propuesta de relación con el mundo natural.
En los años 70 del siglo XX, Françoise d’Eaubonne, la pensadora que creó el término ecofeminismo, descubrió en la preocupación ecologista por la sobrepoblación un nexo con el feminismo, ya que éste luchaba por que las mujeres pudieran decidir libremente ser madres o no serlo. No se habría llegado a la sobrepoblación, afirmaba, si las mujeres hubieran tenido ese poder. Pero este no es el único vínculo.

Pensar como el ecofeminismo

El pensamiento ecofeminista sostiene que el patriarcado se caracteriza por una voluntad de dominio que hoy resulta ecológicamente suicida. Si antes esta voluntad se expresaba en la conquista territorial, hoy se manifiesta en la desmesurada avidez de beneficios económicos del mercado global.
Históricamente, los hombres se han dedicado a la competición y la conquista, ocupando los espacios de la guerra, la política, la religión, el ejército, la cultura, la ciencia y el trabajo asalariado. Excluyeron a las mujeres de estos ámbitos, atribuyéndoles las tareas del cuidado. Estas tareas son indispensables para la vida humana, no sólo para la infancia y la vejez o la enfermedad, sino en la vida cotidiana, ya que todos necesitamos comida, ropa y hogar limpios y un continuo soporte emocional; pero al ser consideradas femeninas, han sido devaluadas.
Las actividades distribuidas según el sexo exigían y favorecían actitudes y virtudes diferentes: en los varones, el distanciamiento emocional, la dureza y la audacia; en las mujeres, la empatía, la compasión y la escucha atenta. El ecofeminismo impugna la devaluación tradicional de estas características tradicionalmente femeninas, viéndolas, en cambio, como valores necesarios en todos los seres humanos de una sociedad ecológica. Es hora de reemplazar la voluntad de conquista y dominio por la de colaboración y reconocer que la humanidad depende de la Naturaleza para sobrevivir, que somos seres ecodependientes.
Esta propuesta conecta con la nueva sensibilidad de una juventud que ya no aplaude el maltrato, la humillación o la muerte de los animales y está convencida de que nuestra relación hacia ellos ha de evolucionar, superando el prejuicio antropocéntrico que nos lleva a pensar que sólo es criticable el daño causado a los humanos.

Las luchas de nuestro tiempo

Numerosos jóvenes rebeldes frente a los viejos mandatos patriarcales se convierten en defensores de los animales y se sienten atraídos por el veganismo o son conscientes de la necesidad de disminuir el consumo de carne, tanto sea por compasión como por contribuir a la sostenibilidad ambiental.


Marcha convocada por las mujeres de varias nacionalidades indígenas amazónicas el 8 de marzo de 2016, para protestar en contra de la política extractivista del gobierno de Rafael Correa. pato chavez / Flickr, CC BY-NC-SA
Otra razón importante por la que el ecofeminismo resulta muy atractivo en los movimientos de jóvenes por el clima es la atención que presta a las mujeres indígenas que ponen en riesgo su vida para defender el territorio frente al extractivismo, es decir, frente a la explotación insostenible de recursos naturales del Sur global para el mercado mundial.
En el ecofeminismo encontramos la lucha feminista por los derechos de las mujeres, la revalorización del cuidado y el reconocimiento de nuestra ecodependencia, la empatía con los demás seres vivos, la apertura al diálogo de culturas y el sentimiento de sororidad internacional con las defensoras del medio ambiente de los países empobrecidos. En suma, un pensamiento crítico que permite cuestionar el presente y trazar un horizonte futuro de compasión y ecojusticia.


15.2.19

"Roma", una excelente película para una reflexión feminista interseccional






 Acabo de ver la ya célebre y premiada "Roma". No tuve la suerte de poder ir a su estreno en salas en el mes de diciembre, así que me he conformado con la pequeña pantalla,  en la plataforma Netflix. Os recomiendo vivamente esta obra del director Alfonso Cuarón. No os contaré la historia: ¡prometido! Sólo os diré que se trata de cine de alta calidad estética y de valioso contenido social, dos características que no siempre van juntas. Es de las películas que no se olvidan. Nos interpela y nos conmueve sin caer en sentimentalismo barato ni esquematizaciones simplistas. Le basta con mostrar la vida de una familia en la colonia Roma de la ciudad de México en los años 70. La historia que nos cuenta es la de miles de chicas del medio rural que llegan a las ciudades latinoamericanas en busca de una vida mejor. La protagonista es una joven empleada de hogar, magistralmente interpretada por Yalitza Aparicio, maestra de educación infantil en la vida real, que el director, Alfonso Cuarón, eligió para ese papel que la ha consagrado hasta el punto de estar nominada al Oscar 2019 a la mejor actriz. Lo merece. ¡Ojalá lo obtenga!
Filmada en blanco y negro, la película tiene una enorme riqueza estética y simbólica. Su enfoque permite una reflexión feminista interseccional, ya que muestra lo que une y lo que separa a las  mujeres.  "Siempre estamos solas, no importa lo que te digan", la señora de clase media blanca le dice a Cleo, su joven empleada doméstica, refiriéndose a las desventuras que sufren ambas por ser mujeres en una sociedad extremadamente patriarcal. Pero las diferencias de clase y etnia separan su experiencia vital en la sociedad represora y fuertemente jerarquizada que se retrata. En Cleo convergen diferentes vectores de subordinación: es mujer, pobre, indígena mixteca...  
El incesante trabajo del cuidado que realiza Cleo con paciencia, de la mañana a la noche, se muestra con toda simplicidad y realismo. La crítica nos llega de manera sutil y hasta irónica, por ejemplo, en esa frase de la protagonista cuando se une al juego del niño que, tirado con los brazos extendidos, afirma que lo han matado. "Oye, me gusta estar muerta", constata, tumbándose junto a él en la terraza, en el único instante del día en que interrumpe su labor. También se transmite ese mensaje crítico con imágenes contrapuestas como ocurre cuando la tristeza y la  decepción afectiva de los personajes tiene por fondo una alegre fiesta de boda.
La cámara sigue el quehacer de Cleo más allá del mundo interior cómodo de la familia, la acompaña a la modesta habitación que comparte con la otra empleada doméstica, a la terraza y al patio, donde tienen confinado al perro que salta de alegría cada vez que llega alguien.  Gran parte del día de Cleo transcurre en las trastiendas de la casa, los espacios de quienes no son importantes, de quienes apenas son advertidos en su deseo no satisfecho de reconocimiento y amor. La película muestra cierta sensibilidad hacia el trato dado a los animales. De hecho, el perro que vemos actuar fue rescatado de la calle por el equipo en un estado lamentable, entrenado para la película y adoptado tras la filmación.   Esta conciencia se manifiesta también con la esperpéntica colección de ciervos disecados en la escena de la fiesta de fin de año en la hacienda.

La lentitud en el tempo narrativo puede hacer un poco difícil "engancharse" al comienzo de la película. Os aconsejo seguir viéndola. No defrauda. En esta época neoliberal en que todo ha de acontecer a gran velocidad, hasta una gran admiradora del cine de Bergman como yo, tiene que hacer un pequeño esfuerzo para adaptarse al ritmo tranquilo que nos devuelve a un barrio de los setenta, con los rumores lejanos del afilador,  los trinos de los pájaros o la lluvia en la ventana. Una vez logrado esto, podemos sumergirnos en la extraordinaria experiencia del cine auténtico, aprender, comprender y dejarnos maravillar por la mirada profunda y reveladora de la protagonista que, desde el cruce de sus opresiones de sexo, clase y etnia, se erige como Sujeto frente a toda reducción a instrumento de trabajo o de placer sexual para otros.