
De los cinco sentidos que poseemos
(vista, gusto, oído, tacto y olfato), el menos apreciado suele ser el olfato.
Mucho se ha especulado sobre el bajo rango otorgado a esta capacidad. Se ha dicho que es la que más
nos recuerda nuestros humildes orígenes filogenéticos. Me pregunto si el orgullo antropocéntrico teme quizás reconocer que hubo una época en que nuestra especie se dejaba
guiar más por la nariz que por imágenes e ideas. Por lo general, un olfato muy
aguzado no despierta admiración. Los aromas más exquisitos son el objeto de la
perfumería sofisticada pero las esencias obtenidas no logran competir con las
obras de arte que se ofrecen a la vista y al oído. En términos kantianos,
podríamos decir que pueden alcanzar lo bello pero no lo sublime. Sólo la
evocación de la infancia ha conseguido hacer célebre la magdalena de Proust.
Hasta el apéndice nasal parece carecer de la dignidad que la representación
artística y nuestro imaginario atribuyen a los ojos, las manos o la boca. Por
todo ello, lanzarse a escribir una novela sobre una niña que sufre anosmia, es
decir, que es incapaz de reconocer los olores y trata de imaginar el mundo de
los otros, de los normales, de los olfativos, es todo un reto. La profesora de
Filosofía de la
Universidad de Barcelona, Marta Tafalla, ha llevado a buen puerto
esta aventura desde su experiencia personal de formar parte del 2 % de la población que sufría ese
extraño problema sensorial antes de la epidemia de COVID19. Ahora, ese porcentaje ha de ser seguramente mayor.
Nunca sabrás a qué huele Bagdad (Col.
Gabriel Ferrater, Servei de Publicacions, Universidad Autónoma de Barcelona,
2010) es una obra original, fresca, cercana y, al mismo tiempo, profunda. Nos
lanza reflexiones existenciales que, en boca de una niña, se tornan
transparentes, accesibles, sentidas. Ya había observado Jaspers que en la niñez
pasamos por un período de sorpresa filosófica ante el mundo, un período
reflexivo que, después, la mayor parte de la gente olvida, terminando por
aceptar la realidad sin cuestionarla ni explorarla más allá de los tópicos. El
libro de Marta Tafalla no está dirigido a un público infantil ni infantilizado.
Por el contrario, en el panorama prolífico pero, en el fondo, desértico, de la
literatura actual, su novela destaca por ser literatura auténtica, narrativa
poética, como se desprende de este fragmento en el que la protagonista explica
cómo imagina el mundo que los otros perciben y ella no: “desde aquel invierno
de mis once años, siempre me represento los olores de la misma manera. Imagino
que las cosas no se acaban en la forma que las define ni en el espacio que
ocupan. De todas ellas, ya sean minerales, plantas, animales, personas,
objetos, lugares, de todas ellas emergen finas cintas de colores que ondean
suavemente en el aire, de millones de tonalidades e intensidades diferentes.
Son como adornos navideños, o como guirnaldas en las verbenas, o como los lazos
en el cabello de Irene. Se desprenden de todo cuanto existe como humo de
colores, cintas que bailotean en el aire. Y transportan las cosas mucho más
allá de sí mismas (…) Estos lazos que emanan de todas las cosas para atar a las
personas son la raíces invisibles de la vida misma”.

Con
ingenio e imaginación, la escritora narra
un amor de niñez que se abre finalmente al mundo convulso de las lejanas
guerras contemporáneas. La magia de la vida cotidiana y de los juegos de
infancia se mezcla con el humor y con una reflexión filosófica clara y tonificante
sobre nuestras formas de conocer, amar y valorar. Todo ello unido por el hilo
argumental que nos lleva a querer saber cuál será el final de la aventura de
una niña que, viviendo aún esa peculiar mezcla de sueño y realidad que es la
infancia, se adentra en territorios peligrosos para buscar un aroma que le ha
sido negado percibir y termina descubriendo… No, no diré lo que descubre porque
vale la pena que recorráis el camino de esta novela que nunca os llevará por
lugares comunes. Siempre he pensado que la verdadera literatura es aquella que
nos permite experimentar el mundo bajo nuevas perspectivas, con cristales
refractantes sorprendentes, y que, al mismo tiempo conserva la seducción de la
narrativa que nos mantiene en vilo en mundos paralelos.

Nota: Marta Tafalla es autora, entre otros libros, del excelente ensayo
Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista.