Es bueno recordar a las madres, a las reales
y a las simbólicas. Hoy se cumplen 106 del nacimiento de la filósofa existencialista
y feminista Simone de Beauvoir. En 1948, en ese libro que ya es un clásico del
feminismo, El Segundo sexo, Simone de Beauvoir, reivindicaba la
maternidad como posible elección humana, no como imposición social o simple
fenómeno biológico. A la sociedad de los años cuarenta del siglo XX, Beauvoir le
planteaba que la maternidad tenía que dejar de ser un destino de las mujeres para
convertirse en proyecto. Pero ello, sólo
puede tener lugar cuando la maternidad es elegida de manera totalmente libre y
consciente. Señalaba que, paradójicamente, a mujeres a las que se había
obligado a ser madres, encerrado en el ámbito doméstico y frustrado en sus
deseos de realización personal, se les confiaba niños, es decir seres frágiles,
vulnerables y dependientes que quedaban librados a la ambivalencia de sus sentimientos (vol. II, cap.VI).
Traer a
la vida a otro ser humano ha de ser una decisión responsable, deseada y
asumida, no un mandato externo. Más tarde, en 1973, Adrienne Rich, con su Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia y
como institución distinguía, como indica el subtítulo de la
obra, entre la vivencia de la maternidad como poder creativo y
su organización patriarcal generadora de sometimiento. Dos clásicos para releer
en estos días en que pareciera que hemos retrocedido más de 60 años puesto que
se vuelve a discutir el derecho de las mujeres a decidir sobre lo que ocurre en
sus propios cuerpos, es decir, en sus propias vidas.