El suicidio de Ayax el Grande. vaso etrusco, 400–350 av. J.-C. British Museum
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Somos habitantes del “Antropoceno”. En el año 2000, Paul Crutzen, premio Nobel de Química por sus trabajos sobre el ozono atmosférico, forjó este nuevo término para denominar a la época que se abrió con la industrialización, un período en que adquirimos una potencia técnica inédita de modificar la Tierra. Cambio climático patente y acelerado, desertización, deforestación, pérdida de la biodiversidad, graves enfermedades producidas por la contaminación ambiental son sólo algunos aspectos de la cara perversa de esta nueva era.
La desmesura ha sido
considerada en la sabiduría de numerosos pueblos como un grave defecto que
puede llegar a ser letal. Así, en la Antigüedad clásica, Sófocles pintó al
personaje mitológico que la representa, Áyax, como victimario pero también
víctima de su desmesura (hybris).
Podemos decir que el Antropoceno es tiempo de una desmesura tan enorme que, frente
a ella, los errores de Áyax parecen insignificantes. Ya no se trata, como en la
tragedia griega, de un hombre castigado por los dioses a causa de su soberbia y
que decide, desesperado, darse la muerte, sino de millones de seres humanos que
destruyen el ecosistema que habitan y del que forman parte, llevando a la humanidad
al borde del abismo. Hasta ahora, el movimiento ecologista, las personalidades intelectuales
y científicas que han dado la voz de
alerta, e incluso el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático están
relegados a uno de los papeles del coro en la tragedia griega: anticipar y comentar con lucidez la marcha
ineluctable de los personajes hacia su triste destino.
La profunda irracionalidad de nuestra relación con el medio ambiente
tiene causas tanto económicas como ideológicas. La globalización neoliberal
revela la desmesura de un sistema económico que requiere crecer sin cesar para
mantenerse. Toda consideración social o ecológica que implique alguna
limitación del lucro es desestimada en nombre de la eficacia y la libertad. Sólo
se admite la “mano invisible” del mercado, dejando a las personas y a los
ecosistemas indefensos frente a especulaciones financieras y actividades
contaminantes e irresponsables de la agroindustria y la megaminería. Mientras tanto, la publicidad se encarga de
crear el tipo de individuos más convenientes para la aceleración del círculo de
la producción y el consumo. A menudo se sirve de estereotipos femeninos y
masculinos para lograrlo. La búsqueda del lucro a costa de todos y de todo
propia de esta dinámica económica es la configuración moderna de los antiguos
sesgos culturales del antropocentrismo extremo y del androcentrismo.
El primero es esa
concepción del mundo según la cual todo existe para los fines del Hombre (anthropos, ser humano). Con escasas y
honorables excepciones, la religión y la filosofía han reforzado esta idea que
cómodamente justifica el dominio y la explotación sin límites de la Naturaleza.
¿Cómo llegamos a instalarnos en esta
creencia que hoy se revela suicida? Algunos filósofos, como Hobbes o Nietzsche,
sostuvieron que la voluntad de poder es constitutiva del ser humano. Pertinente
constatación que, sin embargo, ha de ser completada: la capacidad de ayuda mutua
es también constitutiva de nuestro ser.
Androcentrismo (andros, varón) es otro concepto clave
para la comprensión de la ideología del dominio. El sesgo androcéntrico de la
cultura proviene de la bipolarización histórica extrema de los papeles sociales
de mujeres y varones. En la organización patriarcal, la dureza y carencia de
empatía del guerrero y del cazador se convirtieron en lo más valorado, mientras
que las actitudes de afecto y compasión relacionadas con las tareas cotidianas
del cuidado de la vida fueron asignadas exclusivamente a las mujeres y
fuertemente devaluadas. En el mundo moderno capitalista, bajo la búsqueda
insaciable de dinero y el omnipresente discurso de la competitividad, late el
antiguo deseo de poder patriarcal. De
ahí que una mirada crítica a los estereotipos de género sea también necesaria
para alcanzar una cultura de la sostenibilidad. No se trata de caer en esencialismos ni en un
discurso del elogio que haga de las mujeres las salvadoras del ecosistema, sino
de reconocer como sumamente valiosas las capacidades y actitudes de la empatía
y el cuidado atento, enseñarlas desde la infancia también a los varones y
aplicarlas más allá de nuestra especie, a los animales _esclavizados y
exterminados a una escala sin precedentes_ y a la Tierra en su conjunto.
Desde muy diferentes ámbitos, numerosos hombres y mujeres luchan hoy por dejar
atrás las ideologías del mercadocentrismo, el antropocentrismo y el
androcentrismo. Buscan un nuevo modelo de relación con la Naturaleza, más igualitario
y sostenible, más empático, inteligente y solidario. Son conscientes de los
peligros y las posibilidades del Antropoceno y han decidido redefinir el futuro
de la humanidad. Es hora de sumar fuerzas en este gran proyecto de otro mundo
posible.
Artículo publicado en el periódico La Nación de Costa Rica, el 5 de junio de 2013:
http://www.nacion.com/2013-06-05/Opinion/Ser-humano-y-naturaleza-en-la-era-del-Antropoceno.asp
2 comentarios:
Es curioso que esta pintura del suicidio de Ajax me ha llevado inmediatamente a la idea que luego se desarrolla en este artículo. Antes de leerlo. por eso lo he leído. Podemos estar de acuerdo o no con lo que se explica en él, pero me parece significativo que muchas mentes estamos ya bastante maduras y, tanto si somos mujeres o no, sentimos que la humanidad ha alcanzado esa desmesura que simboliza el héroe Ajax. La desmesura que es antesala del suicidio. No estamos destruyendo la tierra, ni la naturaleza. estoy segura de que no. Estamos creando un medioambiente, un ecosistema letal para el ser humano. Nada más. A lo mejor no se pierde mucho.
Desgraciadamente, María Victoria, llevamos a la muerte a muchos más seres vivos que nada han hecho para destruir el ecosistema.
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