Forêt exotique, Douanier Rousseau, (hacia 1900) |
El término extractivismo remite a una
economía de extracción y exportación de los bienes naturales del Sur global
hacia el mercado mundial. Es una antigua práctica colonial que hoy en día
adquiere proporciones colosales y devastadoras con la megaminería a cielo
abierto que envenena la tierra y los ríos, las plantaciones de soja transgénica
fumigadas con glifosato y otras actividades antiecológicas y despiadadas con
las y los trabajadores y los animales. Ahora ha entrado también en los cuerpos
para extraer criaturas humanas.
Sostengo que el alquiler de úteros es una forma
de extractivismo reproductivo. Aprovecha una situación de extrema necesidad de
amplias capas de la población en determinados países, escudándose en una
supuesta voluntad libre de la mujer contratada para gestar, y se basa en el
concurso de los gobiernos, utilizando, como en la exportación de bienes y
recursos de países empobrecidos, los limbos jurídicos o una legislación
que le es abiertamente favorable. Puede verse un paralelismo entre el
alquiler de úteros y una forma de agroextractivismo que se ha dado en llamar
agricultura por contrato, una forma de explotación en alza en los países del
Sur. En este modelo, los agricultores no venden sus tierras sino que las
alquilan junto con su trabajo, corriendo con los riesgos de la producción y
recibiendo de las empresas multinacionales contratantes los insumos técnicos y
el conocimiento de su uso. Se trata de una producción intensiva que es
presentada por sus como como una relación win win, es decir, una relación en la que todos salen ganando: (la
agricultura por contrato) “es esencialmente un acuerdo entre partes desiguales:
empresas, agencias gubernamentales o empresarios individuales por una parte y
agricultores económicamente más débiles por otra. Sin embargo, es un enfoque
que puede contribuir a aumentar los ingresos de los agricultores y a generar
mayor rentabilidad para los patrocinadores" (1). Se
aplica a los cultivos y también a la producción de desdichados animales de
granja. Todo se hace siguiendo las instrucciones correspondientes a la
tecnología suministrada. Si el producto final es defectuoso, la empresa
no lo compra, de la misma manera que las criaturas que nacen con problemas no
son aceptadas en un contrato de alquiler de úteros.
Desde una mirada ecofeminista, tenemos que ser conscientes de que las nuevas tecnologías que en tantos aspectos mejoran nuestras vidas, también permiten profundizar la
colonización de los cuerpos en la búsqueda insaciable del beneficio económico.
Lo que se aplica primero a los animales, comienza a ser aplicado a los humanos,
particularmente a los más pobres porque el reconocimiento de la individualidad
y la igualdad depende de las relaciones de poder existentes. Mientras que los defensores de
los animales y particularmente algunas teóricas ecofeministas,
en un esfuerzo por elevar el nivel ético de la humanidad y mejorar las
condiciones de vida de seres sintientes reducidos a “cosas”, denuncian los efectos devastadores de la explotación en
los cuerpos de las hembras no humanas en la ganadería industrial (soledad,
sufrimiento, inmovilización, mastitis, acortamiento de la vida, infecciones
continuas, envío al matadero en cuanto se reduce la fertilidad…), los
defensores del alquiler de úteros o “maternidad subrogada” se esfuerzan en
ocultar los efectos negativos sobre las humanas, rebajando las consideraciones
éticas por conveniencia personal e insensibilidad hacia la Otra de países
lejanos. Los deseos propios son elevados al rango de derechos y se ignoran los
derechos de la Otra, reducida a vasija. Se habla de contrato, consentimiento
libre, altruismo, “indemnización por las
molestias”… pero no de las peligrosas dosis de hormonas que la madre subrogada
debe recibir para que el embrión se fije, ni de la dilatación artificial del cuello
de su útero para poder introducir el embrión con una jeringa. El proceso es
idéntico en la producción industrial de terneros e implica riesgo de hemorragias.
Nada se suele decir sobre la alta posibilidad de embarazo de gemelos por implantación
de numerosos embriones para maximizar la eficacia (3 máximos en EEUU, 7 en
India, número ilimitado ofrecido en algunos portales de agencias de maternidad
subrogada). Se corre un tupido velo sobre el hecho de que generalmente es practicada
una cesárea y que quedan cicatrices en el útero y en el abdomen. Se silencia el
aumento del riesgo por los embarazos sucesivos. Por supuesto, tampoco se menciona
el microquimerismo fetal, fenómeno poco conocido.
Como ha señalado el manifiesto No somos
Vasijas, la llamada "maternidad subrogada" constituye un retorno a un antiguo
concepto de la mujer como recipiente pasivo que alimenta la semilla paterna. En
la actualidad, la sujeción se halla escondida bajo el discurso de la autonomía
y de la libre elección propio de lo que he llamado “patriarcado de
consentimiento” (2). Es necesario pensar el alquiler de úteros en el marco de
las conexiones entre la tecnociencia, que nació de la voluntad de dominio de la
Naturaleza y la violencia y el expolio ejercidos sobre los países del
llamado Sur. Que las mujeres que alquilan sus vientres con grave perjuicio para
su salud pertenezcan o bien a clases desfavorecidas del Norte (caso de
algunos estados de EEUU) o a los países del Sur global señala los límites de la
libre elección. La "maternidad subrogada" se muestra, así, como una forma del
extractivismo devastador, como un elemento más de esa constante transferencia
de bienes del Sur al Norte, de ese flujo de mercancías que profundiza y
perpetúa la desigualdad.
Puedes acceder al texto completo con un clic aquí
1. C. Eaton y A. Shepherd, “Agricultura por contrato, Alianzas para el crecimiento”, Boletín de Servicios Agrícolas de la FAO, nº 145, 2002.
2. A. Puleo, “Patriarcado”, en Cèlia Amorós (dir.), Diez palabras clave sobre Mujer, Ed. Verbo Divino, Estella, 1995, pp.21-54.