Ha muerto Kate Millett, una de las figuras más relevantes del feminismo contemporáneo. Enérgica y vital incluso en sus últimos años, falleció en París, donde aparentemente pensaba festejar su octogésimo tercer cumpleaños el día 14 de septiembre. Os animo a leer, si aún no lo habéis hecho, Política Sexual, su tesis doctoral que se convirtió en un clásico del feminismo. Sobre esta obra, os dejo un fragmento de un capítulo que escribí hace tiempo: "Lo personal es político: El surgimiento del feminismo radical" (Alicia H. Puleo, en Celia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Historia de la Teoría Feminista, vol. II, ed. Minerva, Madrid, pp.35-68.):
"En 1998, The New York Times incluyó a Kate
Millett en la lista de los diez personajes que más han marcado el siglo XX. En
efecto, Sexual Politics, publicado en 1969, es ya un clásico del feminismo
y uno de los más sugerentes análisis de las relaciones de opresión entre los
sexos. Un tercio de siglo más tarde, su lectura sigue siendo reveladora y muy
aconsejable como introducción al estudio del sistema de género. Se trata de un
libro que reúne crítica literaria, antropología, economía, historia, psicología
y sociología. Esta intersección de saberes recuerda el estilo de la Escuela de
Frankfurt que inspiraba los movimientos contestatarios de la época. A
diferencia de los marxistas ortodoxos, los frankfurtianos no se limitaban a
señalar la causalidad infraestructural sino que se interesaban por los
componentes superestructurales, en un
intento de alcanzar una visión interdisciplinaria que diera cuenta de la
complejidad del fenómeno estudiado y recuperara el potencial revolucionario de
la razón. La superación del economicismo permite el desarrollo de la noción de dominación, particularmente útil para la
crítica a las relaciones de opresión de raza y sexo.
Política Sexual consta
de tres partes. Antes de detenerme sobre la primera, que expone la teoría de la
política sexual en sus aspectos ideológicos, biológicos, sociológicos,
psicológicos y económicos, quiero hacer una breve referencia a las dos
restantes. La segunda, titulada “Raíces históricas”, examina el período que se
extiende entre 1830 y 1930, fase inicial de lo que la autora llama “revolución
sexual”, Con esta última denominación se
refiere a la primera ola del feminismo, nacida de las organizaciones
antiesclavistas, al Women’s movement
que se fijó como objetivos el acceso de las mujeres al sufragio, a la educación
superior y al ejercicio de las profesiones liberales y otros empleos
remunerados. Analiza también las polémicas que acompañaron a aquellas
reivindicaciones. Recuerda la teoría de Ruskin de las naturalezas
complementarias que justificaba las trabas a la educación de las mujeres en
nombre de su función de “reinas” del hogar y la desmitificación de tales
argumentos en la pluma del filósofo feminista John Stuart Mill. Asimismo, se
detiene en los planteamientos de Engels sobre el origen del patriarcado, de la
familia y de la prostitución para llevar a cabo una revisión de las posiciones
marxistas. Con grandes nombres de la
literatura de la época ejemplifica tres tipos de actitud frente a los cambios sociales puestos en
marcha por aquel primer movimiento feminista: reacción sentimental y
caballeresca en Los jardines de las
reinas del citado Ruskin; realista y revolucionaria en Bernard Shaw, Virginia Woolf, Ibsen y
Dickens; soñadora y ambivalente en Swinburne y Oscar Wilde. En este tercer
tipo, el mito de la mujer fatal surgiría de la fantasía homosexual masculina[1]. Millett pasa después a
ocuparse de la contrarrevolución que se produce en el período que va de 1930 a 1960. Centra su
atención en el nazismo y el stalinismo como reacción de la política patriarcal
ante el avance feminista. El psicoanálisis freudiano sería la oposición ideológica frente a ese mismo progreso de la
libertad de las mujeres.
La posición de la autora con
respecto a las teorías de Freud se inscribe en la línea abierta por Simone de
Beauvoir y produjo agrias discusiones en un período caracterizado por el
interés revolucionario en la conjunción de marxismo y psicoanálisis. Cuatro
años más tarde, la feminista socialista Juliet Mitchell se opondrá a las
críticas que Sexual Politics hacía al
maestro vienés. En el frecuente y encomiable _ aunque no siempre posible _
esfuerzo por interpretar un dogma patriarcal contenido en algún texto “sagrado”
en un sentido favorable a las mujeres, Psicoanálisis y feminismo, de J. Mitchell, sostendrá que Millett no
comprende a Freud porque se mueve en un empirismo que no acepta la existencia
del inconsciente. Las críticas feministas a las nociones de “envidia del pene”
y “complejo de castración” ignorarían, según Mitchell, las leyes del
inconsciente, el deseo y la fantasía y creerían que, en el niño, el principio
de realidad está desarrollado desde el nacimiento. En su intento de rehabilitar
a Freud y de unir feminismo y psicoanálisis, Mitchell afirmará, contra la
interpretación de Millett, que el
psicoanálisis es sólo una descripción de la sociedad patriarcal, no una
recomendación. Sería meramente descriptivo y no normativo. Ofrecería un arma
más contra el patriarcado en vez de ser, como lo definía Millet, una política
reactiva frente a los avances del sufragismo. Por mi parte, considero que con Freud estamos aún muy lejos
de los desarrollos de psicoanálisis feminista que la teoría de las relaciones
objetales hizo posible después. Basta una simple lectura de los comentarios
epistolares de Freud sobre las propuestas igualitarias de John Stuart Mill o el análisis atento de algunos fragmentos de
su obra para dar la razón a Kate Millett en cuanto a su talante adverso con
respecto al sufragismo[2]. No sería la primera ni la última ocasión en
que la ciencia funciona como discurso de legitimación del orden social entre
los sexos.
En la tercera parte de la
obra que nos ocupa, Millett presenta “Consideraciones literarias” sobre D. H.
Lawrence, Henry Miller, Norman Mailer y Jean Genet, autores con cuyos pasajes
eróticos había dado “Ejemplos de política sexual” en el primer capítulo. Al hilo de este retorno millettiano a los
novelistas iniciales, me centraré ahora, como ya anunciara, en la "Teoría
de la política sexual" expuesta en la primera parte. El propósito de
Millett es hacer una caracterización del patriarcado, aunque reconoce
modestamente que, por tratarse de un comienzo de la investigación, sólo podrá
tratarse de “unos cuantos apuntes” que conformarán un trabajo “tentativo e
imperfecto”[3].
Al hilo del comentario de El Balcón de Jean Genet, Millett avanza
una tesis fundamental del feminismo radical: el patriarcado es el sistema de
dominación básico sobre el que se asientan los demás (de raza, de clase) y no
puede haber una verdadera revolución si no se lo destruye. El patriarcado es
definido como “política sexual”, entendiendo por política “el conjunto de estratagemas destinadas a mantener un
sistema”[4] o “el conjunto de
relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de
los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo[5]”. Nuestra leader feminista
añade que la política ideal excluye la dominación y ordena la sociedad de
acuerdo a “principios agradables y racionales” pero que, hasta el presente, la
política real no ha sido otra cosa que dominación.
La relación entre los sexos
es, pues, política. Es una relación de poder. Tal como ya he señalado para el
conjunto del pensamiento feminista radical, la emergencia del discurso de
emancipación de los afroamericanos y de los movimientos anticolonialistas
impregna el conjunto del análisis. Utilizando las categorías emancipatorias de
la época, Millett afirma que las mujeres son colonizadas por el imperialismo
masculino, sufren una “colonización interior” más sutil y, por tanto, más
arraigada que otras. Vemos, pues, que aquí se cumple la tesis de Celia Amorós que sostiene que el discurso del oprimido u
oprimida sólo puede construirse a través de la resignificación [6]. Así como los cuadernos de
quejas de las ilustradas reclamaban igualdad en la Francia revolucionaria de
1789 denunciando a la nueva “aristocracia masculina” que excluía a las mujeres
del espacio democrático inaugurado tras la abolición de los privilegios de la
nobleza, Kate Millett ve en la socialización patriarcal una “colonización” y,
como tal, una maniobra ilegítima de dominación.
A diferencia de algunas
tendencias diferencialistas posteriores del feminismo radical que evolucionarán
hacia un análisis limitado al mundo de lo simbólico (ver capítulo de Raquel
Osborne sobre el feminismo cultural), Millett no reduce la dominación
patriarcal a una domesticación psicológica de las mujeres. New York Radical
Women[7], el grupo al que
pertenecía Millett, mantenía la llamada línea pro-women que consideraba
que las condiciones materiales impiden una verdadera elección a las mujeres,
castigando a las rebeldes con soledad, empobrecimiento y privación sexual.
Millett señala que los hombres poseen todos los resortes del poder: no sólo
controlan la ideología del sistema (ciencia, arte, religión, filosofía), sino
también la industria, las finanzas, el ejército, la policía y el gobierno.
Según Millett, el
patriarcado se rige por dos principios: el dominio del macho sobre la hembra y
del macho adulto sobre el joven. Por lo demás, su diversidad es enorme, se
adapta a diferentes sistemas económico-políticos (feudalismo, democracia occidental,
socialismo real…) y es universal. Aunque suele recurrir a la fuerza
(violaciones, excisión, prohibición del aborto, prostitución, reclusión, velo,
etc.), el patriarcado se apoya sobre todo en el consenso generado por la
socialización de género. Sexual Politics
afirma la interrelación entre estatus, temperamento y rol. El primero, o
componente político, es el determinante de los otros dos que son,
respectivamente, los elementos psicológico y social. La familia moderna con sus
roles diferenciados para hombre y mujer tiene un importante papel en la
reproducción de estos componentes del sistema. A diferencia de las
explicaciones tradicionales sobre los sexos y de algunas teorías feministas que
parten del primado de lo psicobiológico, para Millett el temperamento se halla
determinado por el estatus. El sistema patriarcal produce sus individuos,
produce género. Nuevamente surge la comparación con los análisis del racismo.
Millett cita estudios que demuestran que los rasgos atribuidos a negros y
mujeres son similares: inteligencia inferior, instintivismo y sensualidad,
hipocresía; y que también son parecidas las estrategias del oprimido en cada
caso: actitud de insinuar o implorar, técnicas de influencia que explotan los
puntos débiles del opresor, deseo de dominio oculto tras el aparente desamparo
o la supuesta ignorancia. Concluye, entonces, que el colectivo femenino exhibe
características psicológicas propias de las minorías discriminadas. La
interiorización de los valores patriarcales impide la autoestima ya que las
mujeres se menosprecian y subestiman a las demás. Como los miembros de otros
grupos oprimidos, las que han tenido éxito y han destacado en el terreno
profesional o artístico, suelen declararse “femeninas”, entendiendo por ello
“antifeministas”, para subrayar su aceptación del orden patriarcal. De esta
manera, se transforman en útiles coartadas del patriarcado para negar la
discriminación de género.
En su análisis de la
política patriarcal, Millett examina la imagen de la mujer en el mito y la religión
como lo hiciera anteriormente Simone de Beauvoir (ver trabajo de Teresa López
Pardina en este mismo libro). Sostiene que no es la “alteridad” de la mujer la
que crea las relaciones patriarcales. Por el contrario, las relaciones
patriarcales hacen de la mujer la Otra sobre la que se proyectan
significaciones de impureza y malignidad. Para ejemplificar este fenómeno,
alude a la generalizada interpretación de la menstruación como impureza en
diferentes pueblos primitivos y a las figuras de Eva y Pandora que consagraron
la identificación de la mujer con el pecado y el sexo en la tradición griega y
judeocristiana.
Concluye esta caracterización del patriarcado
con una observación sobre lo que la autora considera la mayor dificultad que
enfrenta el feminismo: “Tal vez la mayor arma psicológica del patriarcado
consista simplemente en su universalidad y longevidad. Apenas existen otras
formas políticas con las que se pudiera contrastar o con relación a las cuales
se pudiera impugnar"[8] Pero, el mensaje final es
optimista. Sugiere que un signo de la posibilidad de cambio es la
existencia del análisis crítico, de la discusión contemporánea y hasta
de los mismos discursos reactivos sexistas."
[1] Como interesante
desarrollo de estas observaciones de Millet sobre las transformaciones de
la imagen femenina en el arte
decimonónico finisecular, puede
consultarse la obra del profesor de Literatura comparada Bram Dijkstra, Idolos de perversidad. La imagen
de la mujer en la cultura de fin de siglo, trad. Vicente Campos
González, ed. Debate, Madrid, 1994. Dijkstra se basa explícitamente en
Millett para analizar las representaciones pictóricas, literarias y
escultóricas de la Mujer fatal, enferma, muerta, etc. como resultado a la vez que como elemento causal activo de
las relaciones históricas de poder entre los sexos.
[2] Para un claro
posicionamiento del padre del psicoanálisis, ver Freud, S., "Algunas
consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica", Obras completas, vol. III, trad. Luis
López Ballesteros y de la Torre, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1976,
pp.490-491.
[3] Millet, Kate, Política sexual, Cátedra, 1997, p.68.
[4] op.cit., p.67.
[5] op.cit., p.68.
[6] Ver Amorós, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre Feminismo,
proyecto ilustrado y postmodernidad, Cátedra, 1997.
[7] NYTW se definía como anti-capitalista,
antirracista y en lucha contra la supremacía masculina.
[8] Millett, K., op.cit., p.124.
1 comentario:
Muy bueno la crítica a Freud. En USA demostraron que el psicoanálisis es tan efectivo como un placebo (es decir que no sirve).
El mayor abuso contra las mujeres es éste:
https://goo.gl/ts0NKt
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