Colette Guillaumin, socióloga perteneciente a la
corriente del feminismo radical materialista francés, ha fallecido esta semana
pero no nos ha abandonado. La escuché por primera vez en una conferencia en la
Universidad de Montreal, allá por los ochenta. Descubrí una mente brillante. Después
tuvimos ocasión de seguir charlando un
par de veces en París, en un café del Quartier Latin, su barrio. Descubrí a una persona
amable y cálida. Más tarde la invité a un curso que yo coordinaba en el Instituto
de Investigaciones Feministas de Madrid. Madrid la fascinó.
Se ha ido pero nos queda su obra. En un artículo de
1981, recogido después en su libro Sexe, Race et Pratique du Pouvoir, Colette
Guillaumin constataba que las teorías de las ciencias sociales, definidas como
la faz mental de las relaciones concretas, habían sufrido una verdadera
revolución que ponía en tela de juicio sus principios. Recordaba el carácter
único de los textos políticos generados por el movimiento feminista en los años
setenta: expresión directa del grupo oprimido, sin intermediarios; algunos, obra
colectiva como las octavillas redactadas por grupos feministas. Observaba que,
por ser escritos provenientes de una minoría (en el sentido sociológico
de grupo de menor poder), los textos feministas fueron primeramente
devaluados (considerados como panfletos o bromas) o, por el contrario,
señalados como una amenaza; pero que, sin embargo, terminaron por generar
consecuencias de gran importancia a nivel práctico y teórico.
Guillaumin
distinguía cuatro efectos principales del resurgimiento del feminismo en la
segunda mitad del siglo XX: a) la relación entre ambos sexos, considerada hasta
ese momento por las ciencias sociales como una relación perteneciente al ámbito
de la naturaleza se convierte en una relación social. Se critican ciertos
hechos considerados anteriormente como incuestionables (por ejemplo: la
división sexual del trabajo y el acceso desigual a los recursos materiales y
económicos). Se pasa de una descripción de la relación entre los sexos como armonía
preestablecida a otra descripción que la caracteriza como un problema;
b) Las ciencias sociales alcanzan poco a poco una visión dialéctica de los
sexos al concebir que ambos grupos (varones y mujeres) no son elementos previos
a la relación, sino fruto de la relación. Con el estudio de las
relaciones de dominación, se supera el punto de vista del problema de la
mujer el cual no era más que una perspectiva patriarcal. Ya no se habla de la condición de la mujer.
Se abandona el estudio centrado exclusivamente en las mujeres para ver a éstas
en su relación con los hombres y con el sistema social; c) La creación de
útiles teóricos que permiten comprender rasgos específicos de la dominación que
habían sido estudiados separadamente. Entre estos últimos, se cuentan la
gratuidad del trabajo de las mujeres, la diferencia de salarios entre ambos
sexos, el acoso sexual, la presencia potencial constante de la violación como
forma de control social que reduce la libertad de desplazamiento de las
mujeres, etc.); d) El cuarto legado del feminismo a las ciencias sociales sería
un conocimiento concreto y sistemáticamente explicitado de la solidaridad de
niveles de la realidad social. Lo concreto y lo ideológico se muestran como dos
fases de una misma moneda de manera aún más clara que en los análisis sobre el
conflicto de clases o el imperialismo. Las conceptualizaciones y representaciones
de los sexos son para esta pensadora materialista la faz simbólica de las
relaciones concretas.
¡Gracias, Colette, por el legado feminista que nos
has dejado! No lo olvidaremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario